CLASES PRENATALES Y ALGO MÁS

La noche de ayer tuve una clase diferente. Al llegar, con media hora de anticipación, ya tenía a una alumna esperando. La acompañaba una mujer mayor, al parecer, su madre. Desde el primer contacto visual, noté cierta incomodidad en ellas, en sus rostros, en el aire. La joven mujer, a quien llamaré Lupe, tenía una expresión de desagrado, desinterés y malestar. Era muy notorio. Su mamá, en cambio, se notaba preocupada y bastante tensa. Dentro de esa atmósfera de extrañeza, intenté interactuar con ellas y le pregunté a Lupe si ya antes había hecho yoga. Me respondió con un rotundo no y antes de que siguiera hablando, su madre la interrumpió.

 

  • No señorita –me dijo- Yo la obligué a venir. Ella no quiere tener a su bebé y yo ya no sé qué hacer. Quiero que le hablen, que le hagan cambiar de opinión…

Procesé sus palabras rápidamente. Por mi trabajo de todos estos años, no era la primera vez que escuchaba algo así pero tal vez era la primera vez que podía escuchar esto sin emitir tantos juicios. Hice pasar a Lupe al salón para poder conversar con ella sin que la mamá tuviese que intervenir, pues con 26 años, ya era una mujer que podía expresar sus propias opiniones.

 

  • Yo no quiero tenerlo –aseguró de inmediato con una sólida convicción- No quiero y no quiero pero prácticamente lo hago por mi mamá.
  • ¿Cómo así? –pregunté.
  • Ella me chantajea. Se pone a llorar, se deprime, me dice que si lo hago me olvide de ella. Es un chantaje emocional. Yo amo a mi mamá y no quiero que le pase nada pero ¿por qué no puede entender que no quiero tenerlo?

 

 

Dentro de sus razones por las cuales no quería tenerlo, me manifestó que: aún no había terminado sus estudios y que tenerlo implicaría frustrarle su vida, además de los gastos que tendría; que nunca le gustaron los niños, que ni siquiera veía a su pareja como el padre del hijo que eventualmente hubiese tenido alguna vez pues sólo se trataba de una persona con la cual salía hace un par de meses, que le daría vergüenza verse con una barriga grande, entre otras cosas.

 

Sin duda alguna, contaba con un bagaje amplio de argumentos que yo hubiese podido considerarlos válidos si ella me hubiese demostrado que podía leer el futuro.

 

Me dijo también que ya había averiguado lugares ‘de garantía’ donde podría acudir para terminar con su embarazo. Lupe, entre otras cosas, no dejaba de hablar y yo, lo único que hasta entonces podía hacer, era escucharla. Había mucha amargura en cada una de sus palabras y conforme las soltaba de una en una, su rostro, habiendo llegado a su punto máximo de rigidez, empezó a declinar y en unos segundos más, ese mismo rostro se desmoronó y Lupe empezó a llorar.

 

¿Qué decirle? ¿Qué no decirle? ¿Qué intención tendrían mis palabras para dirigirme a ella? ¿Hacerla cambiar de opinión? ¿Lo lograría en realidad? ¿Quién tenía la razón? ¿Ella? ¿Su madre? ¿Yo? Cada una tenía una verdad a la que, como si se tratase de una religión, le éramos fieles.

 

Lupe me preguntó mi opinión y recalcándole que era sólo eso, MI opinión, le dije:

 

“Entiendo cada una de tus palabras pues eso es lo que sientes. Creo que hay mucha confusión en tu mente y que te estás dejando llevar por pensamientos sobre cosas que aún no han pasado. Creo que ya eres bastante mayor para tomar tus propias decisiones. Yo no estoy a favor del aborto pero respeto tu posición, de hecho tampoco se ha legalizado en el Perú así que no sé qué tanta garantía encuentres en los lugares que conoces pues, al no ser legal, no existen protocolos oficiales para estos casos. Creo también que todo el mundo podrá ‘aconsejarte’ de una u otra manera pero al final el camino lo sigues tú, y elijas lo que elijas, independientemente de que sea lo que tú o tu mamá quiere, vas a tener algo que aprender. Para eso estamos, para aprender de absolutamente todo lo que nos pasa, de lo bueno, de lo malo, de lo bonito, de lo feo. Creo que un hijo no te estropea la vida y, por mi experiencia con amigos, pacientes y familiares, incluso te motiva a ser mejor persona y hasta a lograr cosas con las que soñabas. Creo todo sucede por algo, por algo que desconocemos pero que, aunque parezca inverosímil, está a nuestro favor. Creo que por alguna razón tú y yo hemos coincidido en este lugar, y así con cada una de las personas con las que nos encontramos, pues también estoy aprendiendo de ti.  Nadie sabe lo que ha de pasar después, pero lo único que yo sé es que en este preciso instante tú ya has tomado la decisión de tener a tu bebé, pues así estés delante mío contándome todo esto, tu bebé sigue creciendo dentro tuyo. Cada segundo que pasa estás decidiendo tenerlo sin que te hayas dado cuenta. Y sólo es tu mente y todos esos pensamientos que tienes, los que hacen que no crezcas junto con él…”

 

La clase estaba por empezar. Dos mujeres más llegaron y se acomodaron sobre sus mats. A diferencia de Lupe, sus rostros casi brillaban de alegría. Una de ellas con 36 semanas y la otra con menos tiempo pero con un embarazo gemelar. Le dije a Lupe, antes de comenzar, que hiciera su práctica por ella y no por su mamá. Pero a los diez minutos de haber empezado, noté mucho desánimo en sus movimientos y en su comportamiento. Me acerqué a ella y le dije que yo no iba a obligarle a nada y que fuera ella quien tomara la decisión de continuar o no. Si quería podía sentarse y sólo observar, y para mí, esa sería su práctica de yoga. Lupe se detuvo, observó a las otras dos mujeres por unos cuantos minutos y luego se acostó en el mat y se quedó dormida el resto de la clase.

 

 

Al finalizar, el miedo volvió a surgir de pronto en ella pues pensaba que las otras dos mujeres le dirían a su mamá que no había hecho nada. Era como ver una niña pequeña y atemorizada por cosas que no habían ocurrido, era como temerle al monstruo debajo de la cama cuando en realidad eran sólo los pensamientos de que ese monstruo existía. Se despidió de mí, le dije que le deseaba lo mejor y que esperaba volver a verla, incluso sabiendo que eso tal vez no ocurriría.      

 

 

Obst. Jennifer Lihim

fem-vital@hotmail.com

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